Es la brisa de los atardeceres que muere, es la noche que muere por las mañanas…
Mamá partió cuando yo era pequeña.
Era el momento justo y necesario. Mi primer encuentro con la muerte y el duelo fue allí.
Conocí a mi querida y significativa Carla a mis trece años.
La vida me dolía y no podía entender la muerte.
Me entristecía pensar en que mamá Cefe había partido a los días de mi llegada a este mundo.
Me dolía no recordar sus abrazos, sus besos, sus latidos que provenían de lo profundo de su corazón.
No volver a verla. No tenerla.
Llegué al punto de esperar, en las noches de insomnio, que la muerte viniera por mí.
Pero aquel mediodía de otoño, todo cambió.
Carla puso en mi camino una puerta que elegí abrir, y ahí todo comenzó.
En lo particular, fue un comenzar de nuevo.
Entender que la muerte es el final de la vida, y a su vez, el comienzo de otro viaje.
Saber que el dolor está, pero que uno aprende a sobrellevarlo, a alimentarlo de cosas buenas.
Cada uno tiene una experiencia en particular, pero en un momento difícil, es importante dejarse ayudar.
Tomar aquella mano que nos quiere ayudar, porque a veces es necesario.
Dejen volar a esos seres queridos que emprendieron su viaje, dejen que vuelen alto.
Hoy, a mi mamá Ceferina, la llevo conmigo, en mis recuerdos, en mis sonrisas, en mí.
Les quisiera dejar unas palabras de un maravilloso libro llamado "La rueda de la vida", de Elizabeth Kübler-Ross:
"Cuando hemos realizado la tarea que hemos venido a hacer en la Tierra, se nos permite abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alma al igual que el capullo de seda encierra a la futura mariposa. Llegado el momento, podemos marcharnos y vernos libres de dolor, de los temores y preocupaciones; libres como una bellísima mariposa, y regresamos a nuestro hogar, a Dios."
(De una carta a un niño enfermo de cáncer.)
Mamá Ceferina, una de las únicas fotos que conservo.
